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-¡Hombres de Avildaro! ¡Pueblo del Mar! ¡Hemos venido a liberaros! ¡La hechicera ha caído! ¡Luchan por vosotros en los campos! ¿Permaneceréis aquí escondidos y no daréis un solo golpe por vuestra liberación? ¡Que salga todo aquel que sea un hombre! Y salieron: hogar por hogar, cazadores, pescadores, navegantes; se reunieron. armados alrededor del libertador recién llegado. Llamó a sus hijos para que se le uniesen. Fueron, alrededor de medio centenar, a través del bosquecillo sagrado, y cayeron sobre las filas de los hombres del Hacha de Guerra. Y las rompieron. Cuando el último carro yació hecho astillas y el último Yuthoaz fue expulsado, Lockridge ordenó que se llevase ante él a todos los cautivos. En su mayoría eran mujeres y niños. Pero Withucar vivía. Con las manos atadas a su espalda, reconoció a Lockridge y lo desafió. Una de las fogatas casi apagadas había sido alimentada de nuevo, hasta que iluminó la húmeda oscuridad en la que los Tenil Orugaray danzaban alegremente. Lockridge vio la miseria que se alzaba ante él, y habló con suma suavidad: -No os haremos más daño. Mañana podréis ¡ros. Este es nuestro pueblo, no el vuestro. Pero un hombre de los nuestros partirá con vosotros, para hablar de paz. La Tierra es ancha, sabemos de terrenos deshabitados que podréis usar. A mediados del invierno, los jefes tribales celebrarán aquí consejo. Entonces, buscaremos métodos para proveer nuestras necesidades comunes. Espero, Withucar, que estarás entre ellos. El Yuthoaz cayó de rodillas. -Señor -dijo-, no sé qué extraña cosa te ha tocado esta noche. Pero a pesar de todo, seguiremos siendo camaradas juramentados, si es que tú lo deseas. Lockridge lo levantó. -Quitadle las ataduras. Es nuestro amigo. Mirando a su pueblo, él, Lince, supo que su obra había terminado. Westhaven tenía un sólido fundamento. En los próximos veinte o treinta años, durante todo el tiempo que aún le quedaba de vida, debía consolidar la misma clase de alianza en Dinamarca. Si tan sólo Storm... Un hombre llegó corriendo hasta él y cayó con el rostro en tierra. -¡No lo sabíamos! -gritó-. ¡Oímos el ruido demasiado tarde! La noche se cerró sobre Lockridge como una mano, recuerdo. Así que atravesó el velo, con la muerte a Casa Grande. Bajo la luz despiadada de los globos, ella yacía, es. tarugada. El cadáver de Brann estaba sobre el de ella. Lo olvidé, pensó Lockridge. No podía soportar el recuerdo. Así que atravesó el velo, con la muerte en sus talones y vio a su torturadora inerme. ¡Storm, oh, mi Storm! El pueblo del mar se calló respetuosamente, mientras su Señor lloraba. Les hizo que trajeran madera. El mismo la depositó yacente, con su lugarteniente y su gran enemigo a sus pies, y prendió fuego con una antorcha ala Casa Grande. «Levantaremos aquí un santuario -pensó-, donde adoraremos a Ella, la cual un día será llamada María.» Volvió solitario al barco. Los brazos de Auri le rodearon. Cuando el sol volvió a alzarse encontró la paz. La edad del bronce, la nueva era, se acercaba. Lo que había visto en su propio pasado que aún tenía que llegar, le hacía pensar que sería una época rica, pacífica y alegre; tal vez más alegre de lo que el hombre conocería hasta que -llegase a este distante futuro que el había entrevisto, puesto que las reliquias que habían quedado para la posteridad no tenían señales de matanzas, esclavitud ni destrucciones. En lugar de esto, el Carro del Sol dorado de Trundholm, y los cuernos cuyas curvas recordaban las serpientes de Ella, decían que las razas del norte se habían unido. Entonces llegarían muy lejos; las calles de Knosos conocerían las pisadas de los daneses y partirían hombres de Inglaterra hacia Arabia. Algunos tal vez llegasen. hasta América, donde los indios hablarían de un dios bueno y sabio y de una diosa denominada Pluma Flor. Pero la mayoría de ellos volverían. Porque, ¿dónde había una vida tan buena como en. el primer país que el mundo vio, que era al mismo tiempo fuerte y libre? Finalmente, se derrumbaría ante la cruel edad del hierro. Sin embargo, un millar de años afortunados río eran un resultado despreciable, y el espíritu que harían nacer perduraría. A través de los siglos venideros, la verdad olvidada de que el hombre había conocido generaciones de alegría permanecería y trabajaría sutilmente -Esos que construirían el último futuro podrían volver al reino que Lince había fundado y aprender. -Auri -murmuró Lockridge-. Permanece conmigo. Ayúdame. -Siempre -contestó ella. FIN
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