Podobne

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EL FILÓSOFO (importante).  Si aquí se procura enlodar la autoridad de Aristóteles
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Galileo Galilei
reconocida no sólo por todas las ciencias de la antigüedad sino también por los Santos
Padres de la Iglesia, debo entonces advertir que considero inútil toda continuación de la
disputa. Rechazo toda discusión impertinente. ¡Ni una palabra más!
GALILEI.  El padre de la verdad es el tiempo y no la autoridad. ¡Nuestra ignorancia es
infinita, disminuyamos de ella tan siquiera un milímetro cúbico! ¿Por qué ahora ese afán de
aparecer sabios cuando podríamos ser un poco menos tontos? He tenido la inconcebible
felicidad de recibir un instrumento con el cual se puede observar una puntita del universo,
algo, no mucho. ¡Utilícenlo!
EL FILÓSOFO.  Vuestra Alteza, damas y caballeros, yo me pregunto: ¿a dónde nos
lleva todo esto?
GALILEI.  Yo diría mejor: los científicos no debemos temer hasta dónde nos pueda
llevar la verdad.
EL FILÓSOFO (fuera de sí).  ¡Señor Galilei, la verdad nos puede llevar a cualquier parte!
GALILEI.  Vuestra Alteza. En estas noches, en toda Italia se enfoca el cielo con estos
anteojos. Las lunas de Júpiter no abaratan la leche pero nunca fueron vistas y la realidad es
que existen. De ahí, el hombre de la calle saca la conclusión de que podría ver muchas
cosas si abriera sus ojos. Vosotros le debéis una explicación. No son los movimientos de
algunas lejanas estrellas los que hacen agudizar los oídos a toda Italia, sino la noticia que
doctrinas tenidas como inconmovibles comienzan a perder firmeza. Y cada uno sabe que
hay demasiadas en esa situación. Señores [32] míos, no nos pongamos a defender doctrinas
en decadencia.
FEDERZONI.  ¡Vosotros que sois los maestros deberíais procurar las conmociones!
EL FILÓSOFO.  Sería de mi agrado que su pulidor se reservara sus consejos en esta
disputa científica.
GALILEI.  Vuestra Alteza, mi trabajo en el Gran Arsenal de Venecia me puso en
contacto con dibujantes, constructores e instrumentistas. Esa gente me enseñó nuevos
caminos. Sin ser ilustrados confían en el testimonio de sus cinco sentidos, sin temer
generalmente hacia dónde los pueda llevar ese testimonio, de la misma manera que nuestra
gente de mar hace cien años abandonó nuestras costas sin saber a ciencia cierta qué playas
tocaría, si en verdad lograban tocar alguna. Me parece que hoy, para encontrar esa noble
avidez que llegó a conformar la verdadera gloria de la antigua Grecia debemos dirigirnos a
los astilleros.
EL FILÓSOFO.  Después de todo lo que acabo de escuchar, no tengo la menor duda
que el señor Galilei encontrará muchos admiradores en los astilleros.
EL MAYORDOMO.  Vuestra Alteza, veo con todo pavor que esta extraordinaria e
instructiva conversación se ha prolongado en demasía. Su Alteza debe descansar un poco
antes del baile de palacio. (A una señal, el Gran Duque se inclina ante Galilei. El séquito se pone
inmediatamente en movimiento.)
SRA. SARTI (se pone en el camino del Gran Duque y le ofrece un plato con pasteles).  ¿Una
rosquilla, Vuestra Alteza? (La dama de honor más vieja conduce al Gran Duque afuera.)
GALILEI (corriendo detrás).  ¡Pero si los señores sólo tienen necesidad de ver por el tubo
para convencerse!
EL MAYORDOMO.  Su Alteza no dejará de consultar la opinión del más grande de los
astrónomos de nuestro tiempo, el padre Cristóforo Clavius, astrónomo jefe en el Colegio
Pontificio de Roma, acerca de sus aseveraciones, señor Galilei.
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Bertolt Brecht
5.
SIN INTIMIDARSE POR LA PESTE, GALILEI CONTINÚA CON SUS
INVESTIGACIONES.
De mañana temprano. GALILEI al lado del telescopio sigue con sus apuntes. VIRGINIA entra con una
maleta de viaje.
GALILEI.  ¡Virginia! ¿Ha ocurrido algo?
VIRGINIA.  El convento ha cerrado y nos obligan a regresar a casa. En Arcetri hay
cinco apestados.
GALILEI (llamando).  ¡Sarti!
VIRGINIA.  Anoche cerraron también la calleja del mercado. Parece que hay dos
muertos en la parte vieja de la ciudad y tres están moribundos en el hospital.
GALILEI.  De nuevo lo han callado todo hasta el último minuto. [33]
SRA. SARTI (entrando).  ¿Qué haces tú aquí?
VIRGINIA.  La peste.
SRA. SARTI.  ¡Dios mío! Haré las maletas. (Se sienta.)
GALILEI.  Deje las maletas. Cuide de Virginia y de Andrea. Yo juntaré mis apuntes.
(Galilei se dirige apresuradamente a su mesa y recoge algunos papeles con toda precipitación. La señora
Sarti pone un abrigo a Andrea, que entra corriendo, y va luego en busca de ropa de cama y comida. Entra
un lacayo del Gran Duque.)
LACAYO.  Su Alteza ha abandonado la ciudad en dirección a Bolonia a causa de los
estragos de la peste. Antes de partir insistió en dar al señor Galilei la oportunidad de
ponerse a salvo. La calesa estará dentro de dos minutos frente a la puerta.
SRA. SARTI (a Virginia y Andrea). Pronto, vamos ya. ¡Hala!, llevad esto.
ANDREA.  ¿Por qué? Si no me dices primero que es lo que pasa, no voy.
SRA. SARTI.  ¡La peste, hijo mío!
VIRGINIA.  Esperemos a papá.
SRA. SARTI.  Señor Galilei, ¿está ya listo?
GALILEI (envolviendo el telescopio con el mantel).  Lleve a Virginia y Andrea a la calesa. En
seguida voy.
VIRGINIA.  No, sin ti no vamos. Si te pones primero a empaquetar tus libros no
estarás nunca listo.
SRA. SARTI.  Ya está ahí el coche.
GALILEI.  Sé razonable, Virginia, si vosotros no subís se marchará el coche. La peste
no es ninguna bagatela.
VIRGINIA (protestando, mientras la señora Sarti la empuja con Andrea hacia afuera).  ¡Ayúdelo
con sus libros, si no no vendrá!
SRA. SARTI (llamando desde la puerta).  Señor Galilei, el cochero se niega a esperar.
GALILEI.  Señora Sarti... no creo que deba yo partir. Mire esto, está todo en desorden,
todo, los apuntes de tres meses que no servirán para nada si no los continúo dos noches
más. Y la peste está en todos lados.
SRA. SARTI.  ¡Señor Galilei! ¡Ven inmediatamente! Estás loco...
GALILEI.  Usted debe llevarse a Virginia y Andrea. Yo los seguiré después.
SRA. SARTI.  En una hora no podrá salir ya nadie de aquí. ¡Ven! ¡Tienes que venir!
(Escuchando.) ¡Se va! ¡Lo detendré! (Desaparece. Galilei se pasea por la habitación. La señora Sarti
regresa muy pálida, sin su atado.)
GALILEI.  ¡Qué hace ahí parada! Todavía es capaz de perder la calesa con los niños.
SRA. SARTI.  Ya se ha ido. A Virginia la tuvieron que contener. En Bolonia ya se
preocuparán de ellos. ¿Pero quién le guisará a usted aquí?
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Galileo Galilei
GALILEI.  ¡Estás loca! ¡Quedarte en la ciudad para guisar! (Toma sus apuntes.) No vaya a
creer que soy un demente. Es que no puedo tirar por la borda todas estas [34]
observaciones. Tengo enemigos poderosos y es necesario que reúna pruebas para ciertas
aseveraciones.
SRA. SARTI  No necesita disculparse. Pero no me dirá que esto es razonable.
b.
Frente a la casa de Galilei en Florencia. Sale Galilei y mira calle abajo. Pasan dos monjas. [ Pobierz całość w formacie PDF ]




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