[ Pobierz całość w formacie PDF ]
general St. Clare en el muelle. He visto un medallón del general St. Clare en la calle donde nació y otro en la calle donde vivió, y ahora me arrastra usted al ce- menterio de esta aldea para ver el sitio en que su ataúd se conserva. La verdad es que comienzo a cansarme de este magnífico personaje, sobre todo porque igno- ro completamente quién fue. ¿Qué anda usted bus- cando en todas estas lápidas y efigies? Una palabra, y nada más dijo el padre Brown . Una palabra que no puedo encontrar. Bueno dijo Flambeau ; ¿quiere explicármelo? 267 Lo dividiré en dos partes dijo el sacerdote . Primero lo que todos saben, y después lo que yo sé. Lo que todos saben es muy sencillo y breve de contar. Además, es una completa equivocación. ¡Bravo! dijo el gigantesco Flambeau alegremen- te . Comencemos por la equivocación, comencemos por lo que todo el mundo sabe y que no es verdad. Si no todo es mentira, por lo menos está muy mal entendido continuó el padre Brown . Porque en rigor todo lo que el público sabe se reduce a esto: el público sabe que Arthur St. Clare fue un gran gene- ral inglés victorioso. Sabe que, tras espléndidas y con- cienzudas campañas en la India y en África, mandaba la expedición contra el Brasil cuando el gran patriota brasileño Olivier lanzó su ultimátum. Sabe que en- tonces St. Clare atacó a Olivier con escasas fuerzas y que éste le opuso un ejército poderoso. Que tras he- roica resistencia cayó prisionero. Y sabe que después de caer en manos enemigas, y con escándalo del mun- do civilizado, St. Clare fue colgado de un árbol. Así lo encontraron tras la retirada de los brasileños, con la espada rota colgada al cuello. ¿Y es falsa esta versión popular? preguntó Flambeau. No dijo su amigo ; hasta aquí, la versión es exacta. Es que la historia no puede ir más allá advirtió Flambeau . Y si todo esto es verdadero, ¿dónde está el misterio? Habían pasado ya muchos centenares de árboles grises y fantásticos antes de que al curita le diera la gana de contestar. Al fin, mordiéndose un dedo, ex- plicó: 268 Mire usted: el misterio es un misterio psicológi- co. O mejor dicho, es un misterio de dos psicologías. En esa cuestión del Brasil, dos de los más famosos hombres de la historia moderna obraron en absoluta contradicción con su respectivo carácter. Recuerde usted que ambos, Olivier y St. Clare, eran héroes; lo de siempre: la lucha entre Héctor y Aquiles. ¿Y qué diría usted de un combate en que Aquiles se portara tímidamente y Héctor como traidor? Prosiga usted dijo el otro con impaciencia, viendo que su interlocutor volvía a morderse un dedo y callaba. Sir Arthur St. Clare era un soldado religioso a la antigua, el tipo de militares que nos salvó cuando los motines de los cipayos continuó el padre Brown . Siempre estaba más por el deber que por el ataque, y con todo su valor y acometividad personales, era un jefe prudente, a quien indignaba todo gasto inútil de fuerzas. Sin embargo, en esa su última batalla parece haber intentado algo que aun a los ojos de un niño resulta absurdo. No hace falta ser un estratega para comprender que aquello era un disparate. No hace falta ser un estratega para echarse a un lado cuando pasa un automóvil. Éste es el primer misterio ¿dónde tenía la cabeza el general inglés? Y el segundo enigma es éste: ¿dónde tenía el corazón el general brasileño? El presidente Olivier habrá sido un visionario o, si se quiere, un obstáculo; pero aun sus enemigos admiten que era magnánimo como un caballero andante. Casi todos sus prisioneros quedaban libres y hasta reci- bían de él beneficios. Los que se lo figuraban de otro modo, después de tratarlo, se quedaban encantados de su sencillez y su bondad. ¿Cómo es posible admitir que sólo una vez en la vida se le haya ocurrido ven- 269 garse tan diabólicamente? ¿Y esto precisamente el día en que ningún daño había recibido? Ya lo ve usted. Uno de los hombres más sabios del mundo obra un día como un idiota, sin ninguna razón. Uno de los
[ Pobierz całość w formacie PDF ]
|