Podobne

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Vaun Larch ya estaba realizándolo. El Enterprise había recibido daños en el último
intercambio de proyectiles; los espectroscopios de Koreff mostraban un halo de
aire y vapor de agua. Sus instrumentos dirían la misma historia del Némesis,
segmentos de forma irregular se extendían de seis a ocho cubiertas hacia dentro
en donde en diversos lugares se había tenido que cerrar herméticamente las
escotillas. Luego la única cosa que podía verse con certeza era el fogonazo de los
mutuamente destructores proyectiles entre ellos. El duelo de artillería a escasa
distancia comenzó y terminó mientras se cruzaron.
En la pantalla había visto una cosa gruesa de morro redondo subir desde el
Victrix, curvándose bastante lejos por delante del Enterprise. Estaba casi fuera de
la vista en torno al planeta cuando tropezó con ello y desapareció en un terrible
fulgor. Durante un momento, creyó que había sido destruido del navío, luego
apareció tabaleándose a la vista y se encendió tras la curvatura de Audhumla.
Trask y el márdukiano se estaban estrechando las manos consigo mismos en sus
pantallas; todos en la sala de mandos del Némesis gritaban:
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-¿Buen disparo, Víctrix? ¿Buen disparo?
Luego el Yo-Yo tomó a dar la vuelta y Vann Larch dijo:
-¡Diablos con ese entrometido! ¡ Yo le arreglaré las cuentas!
Gritó órdenes, un jeroglífico de letras en clave y de números, y las cosas
empezaron a ponerse en marcha. En su mayoría los proyectiles estallaron en el
espacio. Luego el Yo-Yo explotó muy tranquilamente; como lo hacen las cosas en
donde no hay aire que transporte la onda explosiva y la sonora, pero muy
brillantemente. Hubo una breve luz diurna por todo lado nocturno del planeta.
- Ese fue nuestro «revientaplanetas» - dijo Larch-. No sé qué usaremos con
Dunnan.
- Yo no sabía que lo tuviésemos - admitió Trask.
- Otto se hizo construir un par en Beowulf. Los beowulferianos son buenos en
armas nucleares.
El Enterprise regresó, personalmente, para ver que es lo que había estallado.
Larch lanzó otro artefacto y una andanada de entretenimiento de material
pequeño, el artefacto de cincuenta megatones termonucleares disfrazado entre los
pequeños proyectiles. Poseía su propio arsenal de cohetes menores y logró pasar.
En la pantalla telescópica, un rasgado agujero era visible precisamente debajo del
ecuador del Enterprise, los bordes curvados hacia fuera. Algo, posiblemente un
proyectil pesado en un tubo abierto, preparado para el lanzamiento, había
penetrado en su interior. Lo que había dentro de la nave, o cuantos de su
compañía estaban todavía vivos, resultaba difícil de imaginar.
Hubieron unos pocos y sus salvavidas no bastaron. Emitieron unos cuantos
cohetes defensivos que fueron todos interceptados y volados en el espacio. El
casco del Enterpríse se hizo enorme en la pantalla guía del proyectil y la llenó; 4
cráter rasgado que penetraba hasta el fondo del navío de Dunnan se extendió
hasta ocuparlo todo. La escena se quedó blanco lechosa mientras el proyectil
estallaba.
Todas las demás pantallas destellaron brevemente, hasta que sus filtros cedieron.
Incluso después, brillaron como el sol nuboso de Gram a medianoche. Por último,
cuando cayó la intensidad luminosa y los filtros funcionaron de nuevo, no quedaba
nada del Enterprise excepto una bruma anaranjada.
Alguien, Paytrik, barón de Morland, vio, le estaba batiéndole la espalda y gritando
cosas inarticuladas a su oído. Una docena dé oficiales con armadura espacial y el
emblema de dragones cuya cola envolvía un planeta en el pecho se agrupaban
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junto al príncipe Bentrik en la pantalla en que aparecía el Victrix, gritando como
pastores bisonoides borrachos en una noche de día de cobro.
- Me pregunto - dijo. casi inaudiblemente -, alguna vez sabré si Andray Dunnan iba
en ese navío.
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MARDUK
I
El príncipe Trask de Tanith y el príncipe Simón Bentrik cenaron juntos en la terraza
superior de lo que originalmente fue la principal mansión de una plantación del
período de la Antigua Federación. Fue desde entonces bastante número de otras
cosas; ahora era el edilicio municipal de la ciudad que había crecido en su torno,
escapando milagrosamente e indemne del bombardeo de Dunnan. Normalmente
de cinco a diez mil almas, el lugar ahora estaba atestado con casi cincuenta mil
refugiados sin hogar de media docena de otras ciudades destruidas, atestando los
edificios y amontonándose en un campamento provisional de chozas y cobijos
presurosamente levantados y ya con los edificios definitivos en marcha para
acomodarlos. Cada cual, nativos, mardukianos y vikingos espaciales, estuvieron
atareados con el trabajo de auxilio y reconstrucción; esta era la primera comida
que los dos comandantes pudieron compartir con cierta laxitud. El disfrute del
príncipe Bentrik y todo lo que era singular se veía satisfecho por el hecho de que
podía ver a lo lejos la esfera de su navío en el suelo y en plan de reparaciones.
- Dudo que pueda volverlo a sacar del planeta y que viaje por el hiperespacio.
- Bueno, entonces le llevaríamo8 a usted y a su tripulación a Marduk en el
Némesis - ambos hablaban con voz alta, por encima del estrépito de la maquinaria
-. Espero que no piense que lo voy a dejar atascado aquí.
- No sé si cualquiera de nosotros será bien recibido. Los vikingos espaciales
últimamente no han sido muy populares en Marduk. Quizá le den las gracias por
devolverme a la patria y que pueda aparecer ante los jueces dijo Bentrik con
amargura -. Oh, yo no fusilaría a nadie por dejar que pillaran su navío como
hicieron con el mío. Esos dos estaban bien en la atmósfera antes de que me diese
cuenta de que salían del hiperespacio.
- Yo creo que habían bajado al planeta antes de que llegase su nave.
- ¡ Úh, eso es ridículo, príncipe Trask! - exclamó el mardukiano -. No se puede
esconder una nave en un planeta. No con la clase de instrumentos que poseemos
en la Marina Real.
- Pues nosotros tenemos estupendos ingenios de detección - le recordó Trask -.
Hay un lugar en donde puede hacerse. En el fondo de un océano, con trescientos
o cuatrocientos metros de agua por encima. Ahí es donde hubiese escondido yo el
Némesis, si hubiese llegado por delante de Dunnan.
El tenedor del príncipe Bentrik se detuvo a medio camino hacia su boca. Lo bajó
despacio hasta el plato. Eso era lotería que quisiera aceptar, si era posible.
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- Pero los nativos. No sabían nada.
- No tenían por qué. Carecen de detección extra planetaria. Que venga uno
directamente sobre el océano, salido del sol, y nadie le vera.
-¿Es esa una triquiñuela normal en los vikingos espaciales?
- No. La inventé yo, viniendo de Seshat. Pero si Dunnan quería pillar en
emboscada a su nave, lo hubiera pensado también. Es la única manera práctica
de hacerlo. [ Pobierz całość w formacie PDF ]




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